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Llegamos a dormir a Punakaiki. El hostel era muy guai. Situado en el medio del bosque, disponía de varios edificios con habitaciones y cocina equipada. Las habitaciones, ni siquiera las privadas se cerraban con llave ya que la filosofía del lugar no lo preveía así. Había un pequeño supermercado que funcionaba con el sistema de honesty box, es decir, cada producto tenía rotulado el precio y había una caja donde podías auto cobrarte. Vaya un sistema idílico que seguramente no funcionaria en varios países.

 

Pudimos ir a ver el atardecer a la playa. Los rojizos fueron apasionados y disfrutamos de un buen rato a pesar de las dichosas “sand flies”, mucho peores que las moscas cojoneras. Quien las ha padecido lo sabe bien.

 

La mañana siguiente la teníamos reservada para observar las “Pancakes Rocks”, en español rocas de crepes. Lo sentimos, pero las traducciones son siempre odiosas. Se trata de rocas calizas erosionadas por la constante marea y creando géiseres marinos verticales que explotan con la subida y bajada de marea. Las formas de las rocas recuerdan no obstante a los pancakes de forma extremadamente real.

 

Ya que estábamos por la zona y disponíamos de cierto tiempo libre a pesar de la apretadísima agenda hicimos una pequeña caminata por el bosque subtropical en el parque nacional de Paparoa.

 

Después empezamos la ruta en coche hasta nuestro siguiente destino, Franz Josef. Por el camino aprovechamos para desgustar a paso tranquilo las vistas espectaculares que ofrecia la costa oeste de la isla. Se trata de un sitio poco poblado que ofrece una sensación de libertad en medio de una naturaleza abrumadora. Paramos por ejemplo en el conocido Knights Point. A eso del mediodía llegamos a Franz Josef, situado encima de un paso montañoso. El principal atractivo turístico es el glaciar del mismo nombre. Fue un poco decepcionante ya que debido al retroceso del glaciar como consecuencia irremediable del incremento de temperatura provocado por el cambio climático se ve a leguas. Si se quiere acceder al glaciar se debe hacer en helicóptero y el precio es de órdago. Nos contentamos a pasear por delante y observarlo a lo lejos. Al fin y al cabo, el recuerdo del Perito Moreno en la Patagonia argentina era todavía reciente.

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