San Pedro de Atacama es un lugar especial y que enamora desde el primer minuto. Y no creo que sea por su diminuto tamaño, sus lindas casas de adobe o por tener volcanes de fondo como el imponente Licancabur. Su magnetismo va más allá. La gente que llega a San Pedro, se queda y es por el ritmo desosegado, por la felicidad en la cara de la gente o simplemente por la abrumadora naturaleza de los alrededores.
Intentar describir la cantidad de fenómenos naturales es casi imposible. Al igual que las actividades a realizar. En nuestra aventura, considerando que veníamos de presenciar el salar de Uyuni en Bolivia prescindimos de zonas parecidas, no por menospreciar sino por invertir nuestro dinero en actividades nuevas. Por ello, no visitamos ni los géiseres de Taupo, ni ningún salar, ni valle de la Luna ni Muerte. ¿Pero entonces que hicisteis?
La verdad, nos relajamos mucho y disfrutamos de sus calles, de sus buenas vibraciones, de las dunas del desierto donde disfrutamos del Sand Boarding de noche junto a una hoguera y unas chelas (cervezas).
Y como no resolvimos una cuestión capital que teníamos pendiente desde nuestra despedida en Cusco de Cecilia (nuestra couchsurfer chilena) y era comernos un buen completo (perrito caliente con palta)