Una semana en el paraíso - Moorea

Como en la película Inception, nuestra estancia en la Polinesia Francesa fue un sueño dentro de un sueño.

 

Llegamos al aeropuerto de Tahiti, capital de las islas y desde allí un ferry nos trasladó a nuestro destino, la isla de Moorea. A pesar de no ser tan famosa como Bora Bora, no les tiene nada que envidiar o por lo menos a nosotros nos quitó el aliento. Todas las islas que forman la Polinesia son de origen volcánico y se rodean de formaciones coralinas increíbles que a la vez protegen a las islas de las grandes mareas oceánicas.

 

La llegada a nuestro hotel fue algo peculiar y a la vez divertidísima ya que un bus local nos dejó en la puerta con nuestras mochilas en las espaldas y el agente de seguridad del famoso hotel 5 estrellas Sofitel Ia Ora no sabía si cogernos las mochilas o no dejarnos pasar. Suponemos que están más acostumbrados a recién casados llegando en taxi.

 

Eso sí, una vez comprobado que éramos clientes nos trataron como reyes, flores en la cabeza, copa de bienvenida y desayuno con buffet. A medida que íbamos recorriendo el lujoso resort, nuestra felicidad iba en aumento. Cada detalle, era....de revista, de película, simplemente alucinante. Estábamos en el paraíso.

 

Dedicamos el día a disfrutar de la piscina, de la playa, simplemente a pasarlo bien y relajarnos. De pronto vimos una raya y decidimos perseguirla y fotografiarla hasta la saciedad rompiendo un poco el relax global que reinaba en el hotel. Tras unas horas nos dimos cuenta que son venenosas y que debíamos ir con más cuidado; en fin que le vamos a hacer si somos como niños.

 

Por la noche tuvimos la oportunidad de ir al Tiki Village, un show polinesio muy famoso. Sería como el Cirque du Soleil del Pacífico. Bromas aparte, fue una velada encantadora. Los bailes y vestimentas eran preciosos. Para nosotros es un imprescindible del viaje a tan remotas islas.

 

A la mañana siguiente nos despertamos en una nube debido a que la cama de nuestra habitación era sencillamente la mejor del mundo, exceptuando porqué de tan grande a veces no nos encontrábamos. Después de un desayuno de campeones nos dirigimos al Lagoonarium. Es una pequeña isla a 200 metros de la costa donde dan de comer a los peces, motivo por el cual los mismos se queden por la zona esperando la comida de nuevo. Vendría a ser como un acuario en medio del mar. No podía haber más vida debajo del agua; tiburones de punta negra, rayas, peces de todos los colores...Al principio nos asustamos ya que nada más meternos dentro las rayas vinieron a abrazarnos fue una sensación única ya que son muy pegajosas. Dedicamos todo el día a la actividad.

 

El siguiente día habíamos reservado dos inmersiones y por sorpresa fuimos los únicos, con lo que tour privado por la isla. Las vistas eran espectaculares, pero lo que nos esperaba a 20 metros por debajo era aterrador. Los tiburones limón ya empezaban a dar más respeto de los vislumbrados con anterioridad pero como amantes de las experiencias, salimos del mar con la mayor sonrisa en la cara.

 

Para conocer un poco mejor el lugar, alquilamos una moto y nos recorrimos toda la isla que parecía pequeña pero que al final no lo fue tanto. Subimos a varios miradores y descubrimos una selva tupida en el interior de la isla que nos maravilló. Para finalizar nuestra estancia en la isla de ensueño, esa noche el hotel albergaba uno de los mayores conciertos de la isla, con lo que los afortunados clientes teníamos acceso al mismo, todo un lujo.

 

Nos fuimos de la isla con la inquietud de llegar a la anhelada Nueva Zelanda pero a sabiendas de que acabábamos de disfrutar de una luna de miel anticipada.