Coleccionando maravillas naturales del mundo
Tardamos casi 4 horas desde Hanoi hasta donde embarcaríamos para visitar una de las siete maravillas naturales del mundo.
Nada más entrar en el barco que sería nuestra casa por una noche alucinamos con las instalaciones. Las dimensiones eran perfectas para albergar un grupo de 20 personas de las cuales nosotros formábamos el 50 por ciento. Nuestros acompañantes estaban encantados con el lujo aparente de la embarcación.
La navegación entre las rocas calizas que surgen de dentro del mar es muy bella y tranquila. Halong quiere decir el Dragón y la razón de ello es porqué las montañas simulan a un dragón entrando y saliendo del agua en todo momento.
Si bien cabe puntualizar que al tratarse probablemente de la mayor atracción turística de Vietnam, la cantidad de embarcaciones y turistas es desmesurado, la cual cosa a veces puede romper el encanto de tal paraje para algunos viajeros en búsqueda de lo remoto y escondido.
Por la tarde pudimos divertirnos haciendo kayak en la bahía durante una hora aproximadamente. Os podéis imaginar la cantidad de fotografías y sonrisas haciendo carreras entre 5 kayaks dobles. También tuvimos la ocasión de visitar una magnifica cueva perforada en medio de la montaña por la cual se accedía a un genial mirador.
Tan fantástico día terminó con una interminable charla en la azotea del barco para ponernos aún más al día con nuestros queridísimos amigos.
Al día siguiente tocó levantarse otra vez temprano, estaba claro que no iba a ser un viaje de descanso. Fuimos a una bonita playa por la mañana, después subimos a un mirador en el parque nacional de Catba, la isla habitada más grande de la bahía. La caminata fue dura ya que el calor era asfixiante. Aunque todos conseguimos coronar la cima, las caras de unos u otros distaban bastante. Eso sí, las vistas bien merecían la pena.
Después llegamos al hotel de Catba y aún superó más nuestras expectativas a nivel de orden y limpieza. Comimos muy ricamente y por fin una tarde de playa con un sol implacable para hacernos olvidar que nos encontrábamos en época de lluvias. Rematamos el día con un espectacular atardecer y la cena en el hermoso restaurante fue el prólogo de una noche desenfrenada con baile y etilismo importante sobretodo para dos viajeros con un nivel de tolerancia muy bajo actualmente.
El último día sonó el desperatador como si la alarma del infierno estuviera estallando en nuestros timpanos. Con más pena que gloria fuimos desfilando uno tras otro hacia el autobús que nos llevaría al puerto para subirnos por última vez al barco. Ya en el mar, las caras empezaban a colorar otra vez. El sol imperaba, la brisa era agradable y la navegación tranquila para que pudieramos deleitarnos del mirífico paraje.