Cusco nos enamoró desde el momento que llegamos a la ciudad. Recorrimos sus múltiples plazas, calles empedradas, mercados de artesanías, barrios bohemios, iglesias y catedrales descubriendo las diferentes culturas y etapas de la historia peruana que reflejaba la ciudad. Coincidiendo además con dos días de paro (huelga) donde los lugareños suspendieron toda actividad comercial y de transporte para manifestarse contra una nueva ley que permite entidades de sector privado administrar los monumentos arqueológicos de Perú (esto nos permitió conocer su realidad mucho más de cerca).

 

Cusco fue además el primer contacto con la experiencia Couchsurfing, allí conocimos a William, un encantador peruano con el que nos alojamos un par de días y con miles de historias que contar; y Cecilia, una chica Chilena con la que compartimos largas conversaciones y momentos divertidos, una buena amiga que nos hizo sentir como en casa.

 

El tan esperado Machupicchu nos maravillo; tan imponente y mágico como aparece en las fotografías pero añadiendo además esa energía y admiración por la belleza del lugar que te envuelve desde el momento que ingresas a la ciudadela inca. Tuvimos además la oportunidad de subir al Huaynapicchu (única reserva que teníamos con antelación debido a su reducido número de entradas diarias), y la exhausta subida a la cima valió la pena para contemplar la arquitectura del lugar, nos sentíamos en la cima del mundo.

 

Nuestra estadía en Cusco nos permitió conocer el Valle Sagrado, donde se albergan distintos pueblos incas, entre ellos Ollantaytambo, Chinchero y Pisaq, rodean el río sagrado de Urubamba. Los restos arqueológicos hacen advertir la grandeza del imperio inca.