Nada más sobrevolar la ciudad de Auckland nos fascinó. Desde lo más alto se aprecia francamente bien tanto las ondulaciones provocadas por la actividad sísmica de la zona, como los brazos de agua que entran por toda su bahía. En el mismo aeropuerto nos esperaba una visita muy importante, fuet y jamón del bueno, acompañados de los padres de Albert.

 

Tras el check-in de rigor, nos dispusimos a recorrer Queen street, una de las calles más céntricas. La vida que se respiraba era cosmopolita, rápida y en todo momento muy cordial. Llegamos al puerto donde nos subimos al primer ferry dirección a Devonport, para poder observar el skyline de cerca. Durante el atardecer disfrutamos de las magníficas vistas desde la Sky Tower. Cenamos sushi como no podía ser de otra manera, ya que en nuestra etapa en Suramérica fue escaso.

 

A la mañana siguiente, tras desayunar un bocadillo de embutido nos fuimos a visitar el gran museo histórico donde pudimos tener un primer contacto con la cultura maorí. Alucinamos con sus sistemas de navegación que les permitieron conquistar el pacífico en una época donde surcar los mares era reservado para los más osados. Tras la larga visita, un paseo por el Domain, un parque gigantesco en medio de la ciudad, con la colonización británica se reservó parte del terreno a jardines propiedad de la reina. También tuvimos tiempo de callejear e ir de compras.

 

En Auckland y alrededores vive casi un tercio de la población del país. No es la capital ya que en un momento de fracción política se decidió que la capital debía situarse más cerca de la isla sud y se trasladó a Wellington.